
AXOLOTECA
Texto: Emma Monroy
Fotografía: Leonardo Palafox
El día empieza con un sol al que con tantos días nublados ya no recordábamos. Si salió para recibir al Axolotequio o por mera coincidencia, no lo sabemos; pero al calor de sus rayos, y con un cielo despejado, comenzamos el taller para construir ecosistemas acuáticos. Es conveniente explicar que un ecosistema es un sistema de cooperación entre bacterias, plantas y animales, donde cada organismo, al realizar sus funciones vitales, contribuye a que los demás lo hagan. Estas comunidades comparten territorios, donde elementos como el agua, la altura, la luz y los suelos determinan su naturaleza. Un ecosistema puede abarcar diversas extensiones, desde lagos, hasta tinas. El que pensamos construir tendrá una capacidad de 100 litros, plantas acuáticas como berro, tripa de gato, nenúfar y lenteja de agua, piedras porosas, pulga de agua, caracoles y …¿ajolotes? El taller está hecho para recrear el ecosistema del ajolote. Y eso, despierta suspicacia. El ajolote es una especie para la que se necesita “autorización gubernamental” para: tener una, reproducirla, trasladarla y comercializarla. Se cuida con recelo a la especie, pero poco se hace por su hábitat. Para ese, la ley es un poco ¿o bastante? más laxa. Y eso cualquiera lo puede comprobar, visitando el Lago de Pátzcuaro o mirando cualquier cuerpo de agua en las ciudades. ¿Realmente protegemos al ajolote alejándonos de él? Alejarse es desconectar de un sentimiento, del conocimiento y el territorio. Es muy difícil asombrarse con lo que nos es ajeno, con lo que se aprende a través de la mirada de otros. Por eso nada como la propia experiencia. Estar pendiente de otras vidas nos hace más conscientes de la propia. Observar lo que nos conmueve y dedicar tiempo a su cuidado, ayuda a remover capas superfluas de nuestro ser. El taller termina, nos despedimos y … empieza a llover. El agua se siente como augurio de buena fortuna; después de todo, el ajolote es el “perro de agua”.

Gracias a Gabriel y María por hacer el viaje y ampliarnos la mirada. Al maestro Joaquín por rescatar la historia oral del achoque de Pátzcuaro. A Eli y Yako por la solidaridad, el entusiasmo y el espacio. Y gracias a quienes se despejaron los prejuicios y nos acompañaron.