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Xólotl: de los humedales a Cortazar

  • Monserrat Sánchez
  • Jun 10
  • 5 min read

Sólo porque nos consta su existencia, es que podemos dar crédito de este animal tan fantástico: un cuerpo carnoso de unos 20 centímetros de largo, de colores rosado, negro, pardo y a veces dorado, con una cabeza redonda de la que sobresale una especie de penacho de color más intenso que el resto de su cuerpo; y cuyo movimiento, cuando se queda suspendido en el agua, recuerda al de las algas. Sus extremidades terminan en unos finos dedos que semejan las manos de un humano miniatura; y de su dorso emerge una aleta que parece irse desvaneciendo hasta  llegar a su cola.


Su apariencia no es lo único fantástico de esta especie, que en tan sólo un mes puede regenerar partes esenciales de su cuerpo: ojos, cola, extremidades, branquias, órganos internos e incluso parte de su cerebro. La reposición de su anatomía es perfecta, no deja cicatrices, las partes dañadas vuelven a funcionar como si nunca las hubiera perdido y puede efectuar este reemplazo las veces que le sea necesario.


En su pequeño cuerpo, se esconde un enigma científico y uno de los mitos fundacionales de la cultura mexica. Xólotl fue el hermano gemelo del dios Quetzalcóatl y como él, estaba destinado a sacrificar su vida para dar origen al Quinto Sol, pero temeroso de la muerte escapó de ella. En su huída, se transformó primero en caña de maíz, pero fue descubierto, adoptó entonces la forma de un maguey, pero lo volvieron a encontrar. Finalmente saltó al agua y se convirtió en un axolotl. Cuando lo hallaron nuevamente, los dioses desistieron de darle muerte, pero ya no le permitieron cambiar de forma ni abandonar el lago de Xochimilco.


El ajolote es una salamandra. Existen unas 700 especies registradas, pero sólo 4 de ellas  permanecen en estado larvario toda su vida, es decir, que no hacen la metamorfosis que las convierte de una especie acuática a una terrestre. Esto también significa que morfológicamente, nunca maduran. Es decir, que envejecen conservando su apariencia de juventud. Las 4 especies que guardan el secreto del elíxir de la vida son endémicas de México y sus nombres científicos son Ambystoma mexicanum, Ambystoma dumerilli, Ambystoma taylori y Ambystoma andersoni. Popularmente los conocemos como ajolote al primero y achoque a los siguientes.


Ambas especies están estrechamente ligadas a los humedales y cuerpos de agua de México y Michoacán, pero tanto Xochimilco como el Lago de Pátzcuaro y las lagunas de Achichilca y Zacapu, languidecen frente a la contaminación; y con ello, todo su ecosistema pende de un hilo. Algunos datos para dimensionar la catástrofe: en 1998, un censo en los canales de Xochimilco registró 6 mil ejemplares de ajolotes por kilómetro cuadrado, hoy apenas quedan 100 en el mismo rango de área. Hace 40 años en Pátzcuaro, el achoque se encontraba en la cumbre de la cadena de predadores, el lago era su imperio como lo cuenta el biólogo Andrés Cota Hiriart, en su libro El ajolote. Biología del anfibio más sobresaliente del mundo; hoy, con apenas el 20% de la superficie que alguna vez abarcó el lago, este animal endémico, apenas se puede encontrar.


Como habitante originario de las zonas lacustres, el ajolote vive amenazado desde distintos frentes: la introducción de especies que lo han convertido en su principal alimento, la fragmentación de su territorio, la desecación de los lagos y la contaminación del agua. Aunque probablemente, la más dramática sea la indiferencia, que no oculta la contradicción de quienes están más facultados para protegerlo. Por ejemplo, el gobierno de la Ciudad de México lo ha convertido en su símbolo identitario; en 2021, el billete de 50 pesos, que tiene al ajolote como su emblema, ganó el primer lugar como el billete del año en el concurso que organiza la Sociedad Internacional de Billetes de Banco; incluso cuenta con su Día Nacional el 1 de febrero. 


Sin embargo, esta publicidad poco ha redituado en la efectiva conservación de su hábitat natural, en donde ajolote y achoque están casi extintos. Son la voluntad y el esfuerzo de las Madres Dominicas de Pátzcuaro, la Universidad Michoacana, la UNAM, junto con comunidades locales de Xochimilco y San Jerónimo Purenchecuaro, e instituciones internacionales de diferentes partes del mundo, como el zoológico Chester de Inglaterra, quienes con sus trabajos de conservación y restauración de ecosistemas constituyen la última posibilidad para el ajolote y el achoque de regresar a casa.


Por su importancia científica, es difícil pensar en su extinción. Son de hecho animales muy estudiados. Su relevancia en diferentes investigaciones les garantiza una existencia segura en cautiverio y he aquí otro drama: ¿puede una especie sobrevivir lejos de las interconexiones ecológicas que le son naturales?. Porque una especie no es sólo un animal, es todo el entorno de plantas y otros animales con los que interactúa y conforma una red de relaciones que dan forma a un ecosistema, en este caso, el de los humedales. Saber esto es fundamental, para entender que su conservación no puede enfocarse en salvar al individuo ajolote o achoque, sino en proteger y restaurar el medio natural en el que se han desarrollado.


Su existencia en peceras y laboratorios hace pensar en la condena que los dioses le impusieron. Al negarse al sacrificio, su suerte quedó atada a la del lago; y si éste desaparece, al ajolote no le quedará otro remedio más que atenerse a quienes alguna vez lo adoraron, esperando que su carácter divino lo salve de ser un mero objeto de estudio.


Pensando precisamente en su divinidad, es curioso recordar que fue el miedo a la muerte lo que hizo que Xólotl escapara de ella, pero en sus dos transformaciones, el dios se encarnó en plantas que son alimento y medicina. ¿Por qué en su última forma no lo sería también?. Ahora puede escandalizarnos, pero tanto nahuas como purépechas, tenían al ajolote integrado en su dieta y desde entonces, también lo usaban como remedio para diferentes padecimientos.


Al final, parece que el dios sí terminó sacrificándose para poner en movimiento el cuerpo humano y social; pues tanto el maíz, como el maguey y el ajolote, son figuras totémicas que han configurado la cosmovisión de las culturas centrales del país.


Traspasando tiempo y distancias, su influencia ha sido tanta que el asombro  que despiertan  lo ha convertido en musa de muchos artistas, entre ellos el escritor Julio Cortázar, quien les dedicó un cuento. En una parte del escrito, se imagina que éstos desde su pecera en el acuario de París le dicen, “sálvanos, sálvanos”. 


Con el actual panorama, pienso que no es necesario mirarles a través de una pecera para escuchar ese llamado de auxilio, basta voltear a ver los lagos, arroyos o estanques, y dimensionar el daño que en nombre del desarrollo se le ha provocado a los parajes naturales. 

Si esa mirada no nos duele, y nos mueve para aportar un mínimo esfuerzo por contener un poco la voracidad de esa destrucción, ningún ajolote, por bonito que esté lo  hará.  


Así que ojalá -ojalá, del árabe, que dios lo permita, en este caso, nuestra deidad, Axolotl- estas palabras sirvan para sensibilizarnos y mirar más allá de nosotras, nosotros y tratar, desde donde podemos, desde donde sabemos, de dejar un mundo mejor del que encontramos, un lugar donde el ajolote pueda, de verdad sonreírnos. Un mundo donde las generaciones que vienen detrás de nosotros, puedan conocerle en su estado silvestre.



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