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¿DE QUÉ SE ALIMENTAN LOS MUERTOS?

Writer's picture: Guia ZankaGuia Zanka

Por Emma Monroy


Ilustración : Alejandra de la Torre
Ilustración : Alejandra de la Torre

¿De qué se alimentan los muertos?


De pan, de fruta, de azúcar, de mole, de pozole, de tamales. Yo seguro regreso por enchiladas verdes.  


Nuestra celebración a los muertos es una fiesta abundante en símbolos, colores, flores y comida; y aunque ninguna se le parece, no es la única que comparte la idea de ofrendar comida a los muertos.


En los altares del Día de Muertos, los alimentos ocupan un lugar central. La comida que cada deudo más disfrutó en vida, es la que acompaña su foto y su vela. Pues si la luz de éstas ayuda a  alumbrar su camino, los aromas que desprende el fuego de las cocinas son sin duda un aliciente que ayuda a guiarlos de vuelta. Después de todo, ¿no es la comida  razón suficiente para regresar a este mundo?


En los valles centrales del México prehispánico, había 4 celebraciones para los muertos. 

Una de ellas era Tepeilhuitl, la Fiesta de los Cerros y deidades del Agua que se celebraba al final del otoño, coincidiendo con la cosecha del maíz y las últimas lluvias. Este día, quienes habían muerto ahogados, eran recordados con manojos de madera y recibían ofrendas de masa y amaranto con miel, que se colocaban en los altares durante estas festividades. 


Cuando en 1521 desembarcó la cruz en estas tierras, lo hizo con sus celebraciones. Los españoles tenían por tradición celebrar el 1 de noviembre el Día de Todos los Santos,  mártires cristianos que no tenían un día especial para su celebración. Y el  2 de noviembre, el día de los Santos Difuntos, las almas en el purgatorio a las que los vivos alimentan con pan y oraciones para su salvación.


Ilustración: Artemio Rodríguez
Ilustración: Artemio Rodríguez

Durante estas fiestas se colocaba sobre la tumba de los difuntos una ofrenda de pan y vino llamada oblada. También se elaboraban panes que imitaban los huesos de los santos, cuyas reliquias se paseaban esos días por los pueblos y ciudades.


Los panellets, -populares aún en Cataluña-, son dulces a base de almendra cubiertos de semillas que se llevan a bendecir a la iglesia para luego colocarse sobre la tumba del familiar difunto o la repisa de algún santo para pedir su intervención divina en favor de una causa.  


Ofrendar comida entonces, no es una costumbre sólo mexicana. Lo que sí es diferente es la interpretación. Mientras que en el cristianismo la comida se entiende como un regalo para el Santo, en México se cree que los muertos vendrán a comer. 


En contraste con los dulces benditos, aquí se cocinan platillos, que más que a una tradición culinaria, responden al paladar de los muertos. Los alimentos se colocan frescos sobre el altar, y una vez puestos ahí, no se pueden profanar hasta pasados los días de fiesta, donde los vivos pueden, si quieren, comerlos. Aunque quienes lo han hecho,  afirman que éstos han perdido su sabor, pues los muertos se alimentaron con su esencia.


A inicios del siglo XIX, gracias a las Leyes de Reforma, cuando la iglesia perdió potestad sobre los entierros y las conciencias, y separada ya la misa de la fiesta, los panteones, con sus flores y velas, se convirtieron en el centro de peregrinaje de las personas. Ahí, sobre las tumbas convertidas en banquetes, bebiendo pulque y compartiendo alimentos, la comensalidad entre vivos y muertos le restó el carácter sacro a la celebración para adquirir uno más popular.  


Ilustración: Artemio Rodríguez
Ilustración: Artemio Rodríguez

El Día de Muertos entonces no tiene un origen exclusivo, su folclor bebe de las tradiciones indígenas y cristianas, suma expresiones de cada época, pero siempre se alimenta de comida.


La relación entre los alimentos y la muerte no es casual. Como si la muerte de la vegetación nos recordara nuestra propia mortalidad, tanto en el viejo mundo de los celtas como en las culturas prehispánicas, se celebraban al final del otoño fiestas dedicadas a cerrar el ciclo agrícola y agradecer a la tierra sus dones. 


Incluso el mito azteca de la creación tiene un origen culinario. Quetzalcoatl, después de recuperar los huesos de los primeros hombres, los entregó a Cihuacóatl, una deidad asociada a la fertilidad, para que junto con el maíz,  los moliera en el metate y creara de nuevo a la humanidad.


En el misterio que es la muerte, la comida se convierte en una especie de cordón umbilical que alimenta la memoria y reconforta el espíritu, ya sea que habitemos este o el otro mundo. Este Día de Muertos llenemos pues nuestros altares de comida y dejemos que su sutil aroma se convierta en el camino que traiga de vuelta a nuestros seres queridos.


 











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