Por Monserrat Sánchez
Tacámbaro, como muchos municipios del estado de Michoacán, también vió partir hacia el norte a uno de sus hijos. En 1994, Artemio Rodríguez, junto con dos de sus hermanos, tomaron rumbo hacia Estados Unidos.
Cuando la gente se va, no solo avanza con el cuerpo, también carga con el lugar de donde viene, con su lengua, su gastronomía, sus fiestas y sus afectos. Pero esa herencia, aunque enorgullezca, no siempre encuentra posibilidad de expresión en las nuevas tierras.
En 1970, la ciudad de Los Ángeles efervescía como varias otras en el mundo. Las tensiones políticas, la postguerra y la contracultura, alimentaban un ambiente de justicia social que vio nacer al Movimiento Chicano. La movilización de los hijos de migrantes mexicanos nacidos en Estados Unidos para reivindicar sus derechos a la tierra, al trabajo, la educación, y la salud. Pero también su herencia identitaria, esa que habita la zona fronteriza entre las raíces hispanas y el mundo anglosajón.
De esa lucha por abrirse espacios para la expresividad chicana y latina, nació la Self Help Graphics, una especie de escuela popular de grabado que poco a poco se ganó su reputación como epicentro de la emergencia artística. Y que este año por cierto, celebra su 50 aniversario.
Cuando Artemio se fue, tenía 21 años, y su tierra natal no lo mandaba con el corazón vacío. Para entonces ya había pasado por el taller del maestro impresor de Tacámabro Juan Pascoe y aprendido de él, el oficio de grabador.
Migrar es estar en la búsqueda de un camino, ya sea para llegar a un lugar determinado o alcanzar un estado interior. Cuando le preguntamos a Artemio cómo es que se volvió artista grabador, nos dice: “Empecé a buscar mi camino”. Y así buscando, se encontró con la Self Help Graphics, donde siguió aprendiendo y desarrollando su estilo, hasta convertirse en un artista del grabado que ha expuesto en distintos museos del mundo y publicado varios libros con su obra gráfica.
Han pasado 30 años desde ese primer viaje de migración. Los tiempos, las políticas y los símbolos, han cambiado, pero la necesidad de crear no.
A las orillas del lago de Pátzcuaro, en su taller, Artemio Rodríguez trabaja en un nuevo proyecto. El registro gráfico de las danzas típicas de Michoacán. Colabora con la fotógrafa, Florence Leyret, en la documentación de bailes y atuendos míticos que se recrean en determinadas fiestas, de carácter religioso en su mayoría.
Los bocetos son testimonio de la herencia cultural que atraviesa a Michoacán, pero también de todos los cruces de eventos, personas o casualidades que tuvieron qué ocurrir para ver hoy este despliegue de rituales.
El grabado como una forma de narrar, puede leerse en la obra de Artemio como un dibujo que retrata nombres, fábulas, fechas y versos que hilan sucesos importantes. El arte del grabado por ejemplo, está ligado a la historia de la imprenta. Y en la publicación Dos Siglos de Imprenta en Michoacán, narra el paso de este revolucionario artefacto y la huella que dejó en el estado. Otra de sus obras, American Dream, refleja el asombro de su encuentro con una cultura chicana que a través del arte preserva y difunde su identidad. Tacámbaro Hechos y Leyendas, recopila la memoria de la tradición oral de su tierra, y la Mona Jarana ilustra los versos de Arcadio Hidalgo, cantautor y jaranero, miembro fundador de Mono Blanco, un grupo de sones veracruzanos que rescató del exilio al género musical, y en el que también participó su maestro Juan Pascoe. Aunque esta última obra aún no ha visto la luz. La creación artística es un trabajo colaborativo, y en algún punto debe financiarse.
Sobre esto, recuerda la sorpresa que le causó ver que en Los Ángeles, que el arte local es bien valorado, consumido y apreciado por la comunidad. Y cómo esta sensibilidad surge de espacios colaborativos y vinculantes con el arte, que posibilitan esos mundos creativos.
Por eso a su regreso a Tacámbaro, abrió una galería y comenzó a gestionar una especie de biblioteca ambulante, para acercar la lectura y el grabado a las infancias y juventudes. Aunque una vez más tuvo que migrar. Algunos cultivos de zarzamora se hacen a costa de la salud de la gente.
Pero en el trazo como en la vida, hay que ser decididos y Artemio no deja de crear, como todos los que cruzan la frontera, es un soñador y en Pátzcuaro abrió la Mano Gráfica, una galería autogestiva y colaborativa donde exhibe su trabajo y el de otros colegas que a través de textiles, joyería o alfarería han encontrado su forma de expresión.
Después de conocer su trayectoria, pero sobre todo de escucharlo, nos queda claro que, si la memoria es la tinta con la que imprime su obra, la convicción de poner el corazón donde quiere, es su prensa.
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